jueves, 4 de marzo de 2010

Esas manos. Sus manos.

Sus movimientos son lentos, dulces, suaves. Sus manos parecen dirigir el trazo de un pincel que dibuja la más amplia circunferencia que puedas imaginar. No hay quiebros, no hay giros bruscos, todo es pausa, todo es languidez. Es el perfecto mimo; no evita las palabras, simplemente no las necesita. Sus manos son las de un poeta que describe cada noema que escondes, y las del ilusionista que te prestó sus sueños anoche. Utiliza su contundencia subliminal para atraparte, y tú, que ya eres suya, has borrado del diccionario la palabra “resistencia”. Como la Sirenita de Copenhague espera a su marinero hechizado, tú esperas que esas manos te rocen, que se aproximen si quiera para sentir su calor. Fantaseas con que acaricien tus mejillas, con que impregnen de cordura el deseo que ha desatado su imagen colándose por tus retinas. Tus labios palpitan muertos de hambre, voraces ante esos dedos erectos que claman ser devorados; los mismos que sujetan el cuerno de la ambrosía que le garantiza tener mañana un nuevo insecto atrapado en el ámbar exudado de los árboles de su Parnaso.


1 comentario:

  1. Al parecer has turbado las consciencias de tus lectores de tal modo que los has dejado sin palabras...

    He de suponer que no es malo. ;)

    Por mi parte, ya sabes, este texto de ternura y rendición, de asir el tiempo y la consciencia en el gozo íntimo del sexo, me parece maravilloso.

    Un beso.

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